El camello y la pulga
Al que ostenta valimiento
cuando su poder es tal
que ni influye en bien ni en mal,
le quiero contar un cuento:
En una larga jornada
un camello muy cargado
exclamó ya fatigado:
«¡Oh, qué carga tan pesada!»
Doña pulga, que montada
iba sobre él, al instante
se apea y dice arrogante:
«Del peso te libro yo.»
El camello respondió:
«Gracias, señor elefante.»
La mona
Subió una mona a un nogal
y cogiendo una nuez verde,
en la cáscara la muerde,
aunque le supo muy mal.
Arrojóla el animal
y se quedó sin comer.
Así suele suceder
a quien su empresa abandona,
porque halla, como la mona,
al principio qué vencer.
Las hormigas
Lo que hoy las hormigas son
eran los hombres antaño:
de lo propio y de lo extraño
hacían su provisión.
Júpiter que tal pasión
notó de siglos atrás,
no pudiendo aguantar más,
en hormigas los transforma.
Ellos mudaron de forma;
¿y de costumbres? Jamás.
La paloma
Un pozo pintado vio
una paloma sedienta;
tiróse a él tan violenta
que contra la tabla dio;
del golpe al suelo cayó
y allí muere de contado.
De su apetito guiado,
por no consultar al juicio
así vuela al precipicio
el hombre desenfrenado
El ladrón
Por catar una colmena
cierto goloso ladrón,
del venenoso aguijón
tuvo que sufrir la pena.
La miel, dice está muy buena,
es un bocado exquisito;
por el aguijón maldito
no volveré al colmenar.
¡Lo que tiene el encontrar
la pena tras el delito!
El amor y la locura
Habiendo la locura
con el amor reñido,
dejo ciego de un golpe
al miserable niño.
Venganza pide al Cielo
Venus, mas ¡con qué gritos!
Era madre y esposa,
con esto queda dicho.
Queréllase a los dioses
presentando a su hijo:
«¿De qué sirven las flechas,
de qué el arco a Cupido,
faltándole la vista
para asestar sus tiros.
Quítensele las alas,
y aquel ardiente cirio,
si a su luz ser no pueden
sus vuelos dirigidos.»
A tendiendo a que el ciego
siguiese su ejercicio,
y a que la delincuente
tuviese su castigo.
Júpiter, presidente,
de la asamblea, dijo:
«Ordeno a la Locura.
desde este instante mismo.
que eternamente sea
de Amor el lazarillo.»
El águila y la asamblea de animales
Todos los animales cada instante
se quejaban a Júpiter Tonante
de la misma manera
que si fuese un alcalde de montera.
El dios (y con razón) amostazado,
viéndose importunado,
por dar fin de una vez a las querellas,
en lugar de sus rayos y centellas,
de receptor envía desde el cielo
al águila rampante, que de un vuelo
en la tierra juntó los animales,
y expusieron en suma cosas tales:
pidió el león la astucia del raposo;
éste de aquél lo fuerte y valeroso;
envidia la paloma al gallo fiero;
el gallo a la paloma, lo ligero;
quiere el sabueso patas más felices
y cuenta como nada, sus narices;
el galgo lo contrario solicita;
y, en fin, ¡cosa inaudita!,
los peces, de las ondas ya cansados,
quieren poblar los bosques y los prados;
y las bestias, dejando sus lugares,
surcar las ondas de los anchos mares.
Después de oírlo todo,
el águila concluye de este modo
«¿Ves, maldita caterva impertinente,
que entre tanto viviente
de uno y otro elemento,
pues nadie está contento,
no se encuentra feliz ningún destino?
Pues para, qué envidiar el del vecino?»
Con solo este discurso
aun el bruto mayor de aquel concurso
se dio por convencido.
De modo que es sabido,
que ya sólo se matan los humanos
en envidiar la suerte a sus hermanos.
El cazador y los conejos
Poco antes que esparciese
sus cabellos en hebras
el rubicundo Apolo
por la faz de la tierra,
de cazador armado
al seto Fabio llega.
Por el nudoso tronco
de cierta encina vieja
sube para ocultarse
en las ramas espesas.
Los incautos conejos
alegres se le acercan.
Uno del verde prado
igualaba la hierba;
otro, cual jardinero,
las florecillas siega;
el tomillo y romero
éste y aquél cercenan .
Entretanto al más gordo
Fabio su tiro asesta.
dispara, y al estruendo
se meten en sus cuevas
tan repentinamente,
que a muchos pareciera
que, salvo el muerto, a todos
se los tragó la tierra.
Después de tal espanto,
¿habrá alguno que crea
que de allí a poco rato
la tímida caterva
olvidando el peligro
al riesgo se presenta?
Cosa extraña parece,
mas no se admiren de ella;
¿acaso los humanos
hacen de otra manera?
El lobo y el mastín
Trampas, redes y perros
los celosos pastores disponían
en lo oculto del bosque y de los cerros,
porque matar querían
a un lobo por el bárbaro delito
de no dejar con vida ni a un cabrito
Hallóse cara a cara
el mastín con el lobo de repente,
y cada cual es para tal
como en Zama estaban frente a frente
antes de la batalla muy serenos
Aníbal y Escipión, ni más ni menos.
En esta suspensión treguas propone
el lobo a su enemigo;
el mastín no se opone;
antes le dice:- Amigo
es cosa muy extraña, por mi vida,
meterse un señor lobo a cabricida.
Ese cuerpo brioso
y de pujanza fuerte,
que mate al jabalí, que venza al oso;
mas ¿que dirán al verte
que lo valiente fiero
empleas en la sangre de un cordero?-
lobo le responde: «Camarada,
tienes mucha razón; en adelante
propongo no comer sino ensalada.»
Se despiden y toman el portante.
Informados del hecho -los
pastores se apuran y patean,
agarran al mastín y le apalean.
Digo que fue bien hecho,
pues en vez de ensalada, en aquel año
se fue comiendo el lobo su rebaño.
¿Con una reprensión, con un consejo
se pretende quitar un vicio añejo?